domingo, 14 de octubre de 2018

ACERCANDONOS

Jesús nos enseña que no todo el que le dice “…Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”(Mateo 7:21) y su voluntad ha sido revelada a través de la escritura.
Lo que Dios nos enseña en su Palabra es para nuestro bien, para evitar que el pecado gobierne nuestra vida y nos lleve a la muerte, el conocimiento de Dios nos lleva a hacer lo que a Él le agrada, y sus preceptos son contrarios a las enseñanzas, costumbres, prácticas del mundo y de las religiones.
Por ejemplo, el mundo enseña y practica el culto a los ídolos, pero escrito está que: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.”(Mateo 4:10) y también en todo el capítulo 44 del libro de Isaías nos enseña paso a paso la necedad de postrarse ante ídolos hechos por manos humanas.
Así mismo nos revela en su Palabra en detalle cómo Jesucristo es el único intermediario entre Dios y los hombres (1Timoteo 2:5, Hechos 4:12, Hebreos 8:6, Hebreos 9:15) y sin embargo el mundo y las religiones cambian el principio y le agregan que hay que honrar y dar culto a las criaturas, cuando escrito está que esto es cambiar la verdad de Dios por la mentira (Romanos 1:18-32, 25).
¿Entonces hacemos lo que Dios dice en su Palabra o lo que la religiones tradicionales nos enseñan? Sin dudar, su Palabra es la enseñanza escrita para nuestro bien; las enseñanzas de los hombres solo generan cargas que aún los que las enseñan no pueden seguir (Mateo 23:4), por tanto sigamos a Cristo y conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres.
Tomemos hoy la decisión radical de aplicar las enseñanzas que Dios nos da, sin temor a lo que diga el mundo y confiados en que el mismo Dios nos enseña con su Espíritu por medio de su Palabra, como dice el Salmo : “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.” (Salmos 32:8.)

filosofias



En este tiempo plasmado de filosofías de post modernismo se busca más el consejo de un psicólogo, de un guru, de un psíquico, que la Palabra de Dios. Que es la guía y verdad que puede transformar y restaurar una vida.
Recordemos que en el libro de Génesis, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, hombre y mujer. El ser humano gozó de la imagen de Dios, de su intimidad y su compañerismo, hasta que decidió tomar su vida en sus propias manos y se apartó. En lugar de depender de la sabiduría, la justicia y los recursos divinos, empezó a vivir de sus propios recursos ilimitados, según su parecer. Diseñado para vivir con tres dimensiones: alma, cuerpo y espíritu, ahora está incompleto. Consciente de sí mismo, trata de cubrir su desnudez con sus propias manos.
El amoroso corazón de Dios lo vio desvalido, desamparado y triste y su obra redentora empezó inmediatamente. Dios le proveyó de ropas. Génesis 3:21 “Y jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”. Este acto reveló el plan redentor y restaurador de Dios para el hombre caído. Este primer sacrificio que lo proveía de vestido, apunta al sacrificio de Jesús, el Cordero de Dios, pensando en su restauración total. Dios es poderoso para hacer nuevo todo, como al principio. Por eso la restauración significa que una vez el hombre falla, entonces Dios obra para levantarlo de nuevo.
Cristo es el tema general y central de la Palabra de Dios, donde se revela todo el plan redentor de Dios para la humanidad. El que en Él cree, será salvo.
La Palabra de Dios, es la semilla que ha producido nueva vida en nosotros, la cual nos ha hecho nacer de nuevo, por el poder del Espíritu Santo.

martes, 8 de mayo de 2018


¿cuál debe ser la actitud del creyente en la sociedad?


La Biblia aborda esta cuestión a través del tema de la ciudad. En el libro del Génesis la ciudad se ve con desconfianza. Caín, el hombre violento, se convierte en el primer constructor de la ciudad (véase Génesis 4,17). Después está Babel y Sodoma, lugares donde los seres humanos persiguen una falsa autonomía olvidando la Fuente de su existencia. Los creyentes, contrariamente a estas tentativas y siguiendo el ejemplo de Abrahán (véase Génesis 12,1-4), viven como peregrinos en camino hacia otros horizontes con la fe como única brújula.
Más tarde aparece otra ciudad, Jerusalén, Ciudad de Paz, fundada no sobre la auto-glorificación del hombre, sino sobre la promesa divina. Su existencia muestra que la fe no huye las realidades terrestres, sino que conduce a otra manera de vivir juntos, con justicia y en solidaridad.
Sin embargo, no hay nada automático. Incluso Jerusalén puede fallar en su vocación si sus habitantes no siguen los caminos del Señor. La «hija de Sión», al practicar la injusticia, se convierte en prostituta (véase Isaías 1,21-23). No obstante, los creyentes esperan siempre la venida de un rey justo enviado por Dios para purificar su ciudad y hacerla un faro y un polo de atracción para el mundo entero (véase Isaías 2,2-4).
Ese rey justo, los discípulos de Jesús lo discernieron en la persona de su Maestro. Pero Jesús, que muere rechazado y fuera de la ciudad (véase Hebreos 13,12-14), no establece un reino terrestre. Los cristianos permanecen entonces «extranjeros e itinerantes» (1Pedro 2,11) en el seno de una sociedad indiferente e incluso hostil a su proyecto de vida. Pero ellos no se mantienen en la defensiva. Al tiempo que rechazan justificar el poder, intentan contribuir al bien de la sociedad en la que Dios les ha colocado.
El último libro de la Biblia describe toda la historia humana como el relato de dos ciudades. Babilonia, impresionante por su poder y su gloria, desaparecerá en un instante (véase Apocalipsis 21-22). Si la ciudad de Dios no se ha manifestado aún en todo su esplendor, tampoco es una simple esperanza para el futuro. Viviendo aquí y ahora los valores evangélicos, formando comunidades donde hombres y mujeres de todo origen que viven juntos como hermanos y hermanas, los discípulos Cristo ofrecen una alternativa concreta a un mundo que vive en el olvido de su origen y de su finalidad. En vez de complacerse a través de una actitud de rechazo, llegan a ser sal y luz lejos y cerca.

¿Cómo puede decir Pablo que «quien se opone a la autoridad, se opone al orden establecido por Dios» (Romanos 13,2)?

Para unos este pasaje muy discutido de la carta a los Romanos exalta la obediencia al Estado y prohíbe la resistencia. Para otros, precisamente por esta razón, este pasaje no está en armonía con el mensaje de Cristo, que anuncia una liberación integral de la persona humana.
¿Habría tomado distancia san Pablo con respecto a Jesús en este ámbito? Más que un teólogo sistemático Pablo es ante todo un pastor y un misionero. Sus cartas llevan la marca de su contexto. Pablo escribe a los Romanos en un momento crítico, donde Nerón acababa de subir al trono de su padre asesinado. Al escuchar a algunos consejeros sagaces el joven emperador inicia una política de reformas. Además, pocos años antes, su padre Claudio había exilado a todos los judíos de Roma por considerarlos culpables de disturbios. Los cristianos de origen judío acababan de llegar a la capital. Pablo estaba convencido de que había que hacer todo lo posible para dar pruebas de docilidad y evitar levantar sospechas respecto a los cristianos, más aún cuando algunas de sus prácticas y posturas podrían crear roces con gente considerada decente.
De hecho, lo que san Pablo aconseja a sus lectores no se desmarca mucho del resto del Nuevo Testamento. Deben pagar los impuestos, hacer el bien en vez del mal y reconocer que toda autoridad viene de Dios. Esta última recomendación podría ser invocada como autojustificación de una política despótica. Pero, comprendida correctamente, sirve más bien para frenar abusos. El rey debe darse cuenta de que él no es la última instancia y por ello no puede gobernar de manera arbitraria.
Es precisamente el sentido de las palabras que Jesús dirige a Poncio Pilato cuando el gobernador romano intenta impresionarle con su poder: «No tendrías autoridad alguna sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto.» (Juan 19,11)
La Biblia no es dualista. Dios no es sólo el Señor de un pequeño enclave de elegidos, sino el Creador y el Maestro de todo, incluso si su autoridad se expresa a menudo en una aparente debilidad y se encuentra lejos de ser reconocida por todos. Preocupándose del conjunto de la sociedad los cristianos tienen el derecho, incluso el deber, de alzar su voz cuando se violan las exigencias de la justicia. Sin embargo, no buscarán imponer sus puntos de vista a través de métodos contrarios al Evangelio. Y no buscan tanto a tener éxito humanamente como a llevar un bello testimonio, sabiendo que están llamados a recorrer el mismo camino que recorrió el propio Cristo: «Que ninguna de vosotros tenga que sufrir por asesino o por ladrón, por malhechor o por meterse en asuntos ajenos. Pero si es por ser cristiano, que no se avergüence, sino que glorifique a Dios por llevar ese nombre.» (1 Pedro 4,15-16)